De la serie: Azzurro Metal Tales (AMT)
Érase una vez que se era, y si no era me pagan por decir que era, en este perro Mundo, una niña que vivía con su padre. Era bajita, regordeta y con unas estrías como serpientes cabreadas, pero mas jevi que Satán. Como en el gallinero igual no se han enterado, repetiré que vivía feliz y apaciblemente con su padre, pipa profesional, en una cabaña de plexiglás, situada en el incomparable, y metálico, marco del recinto de una acería, por el reino de Sestao.
Mientras papá se embarcaba en interminables giras con todo tipo de bandas infernales, nuestra protagonista, Jevicienta campaba alegremente por la acería, haciendo gloriosas demostraciones de air guitar entre las coladas de metal fundido, para gran jolgorio y deleite de los operarios.
Pero como no todo es felicidad y Bon Jovi en esta vida, la crisis llegó, y se montó un pisito. Los viajes de papá se fueron reduciendo. Ya no había bastantes empanagreenes en la nevera, y papá tuvo que reciclarse. La música ya no daba dinero, así que tuvo que cambiar de negocio, y dedicarse a acompañar giras de reggaeton, porque los imbéciles nunca descansan, ni dejan de gastar.
La vida fue transcurriendo más mal que bien, hasta que un día, al volver papá de una de sus giras gasolineras…
– Hija, tengo que hablar contigo.
– ¿…?
– Verás, niña; desde que tu querida mamá palmó de un coma etílico, durante un goatse en una fiesta de zurracapote, me la he estado machacando sin tregua. Pero llega un momento en la vida de todo hombre en el que los callos y las llagas hacen mella en el espíritu…
– Pero ¿qué coño me cuentas?
– Lo que intento decirte es que he conocido a una chica en la última gira. Se llama Mariloli, y me la zumbo sin piedad.
– Pues de lo tuyo gastas.
De esta manera tan normal y previsible, como los acordes de Mago de Hez, entró Mariloli en sus vidas, aunque no sola. Con ella llegaron los deshechos de su vida anterior; Jessy y Vanne, y un serio problema de almorranas, por exponer demasiado el orto a los fríos aires del invierno, y los cimbreles.
Un día, sofocado entre los gorgoritos de Bisbal y los discursos seniles de Mercedes Milá, papá, necesitado de viruta, tuvo que partir de viaje execrable con David Bustamante, dejando a Mariloli Chupagambas a cargo de la progenie.
Nada mas partir el viejo, se notó el cambio.
– A partir de ahora, jovencita, se acabo el metal, y te vestirás normalmente, como tus hermanas, como una joven de tu edad.
– ¿Quieres decir de putón verbenero?
– Quiero decir femenina, niñata de mierda.
Y propino un sonoro bofetón a la niña, para regocijo de sus chonis hermanastras.
Todo fue a peor, cada día, al volver Jevicienta de las clases, donde estudiaba la ofimática del karramarro, le esperaban las más duras tareas. Desde hacer la casa, a depilar a sus hermanas su repugnante mostacho prusiano, mientras ellas se pasaban el día viendo realitys y preparándose para conquistar la fama del famoseo en múltiples asientos traseros de Seats Makarra, allende polígonos sin fin.
Decir que eran feas habría sido ofensivamente suave. No era justo llamar feas a dos muñecos de michelín peludos, con sendos mostachos, que dejaban el de Constantino Romero a la altura de la pelusilla. Que se empeñaban en embutirse en mallas para peras hormonadas, mucho más pequeñas que ellas, y sórdidamente adornadas por espinillas, coronadas por otras espinillas aún mas purulentas. Su fealdad alcanzaba proporciones cuánticas, toda vez que se hallaban siempre en penumbra, porque los fotones al verlas intentaban dar media vuelta, cosa que no conseguían porque sus tremendos culos hacía años que generaban su propia gravedad. Un tecnico de la NASA, al verlas, contactó con Stephen Hawking para que viera la prueba de que los agujeros negros también podían escupir materia. Este, al saberlo, reformuló la teoría del Big-Bang. En realidad, el Universo no se esta expandiendo, sólo se aleja de ellas.
Sí, habría sido muy injusto llamarlas feas. Injusto para las feas, claro.
¿Cruel? Una mierda, nadie es tan feo por accidente.
¿He dicho que eran de Karrantza? Traería pruebas, pero es que las tarjetas de memoria se suicidan si intentas sacarles una foto. Sólo mencionarlas aquí y ya tengo el antivirus N-orto-N acojonado en una esquina del PC.
Sigamos con el cuento.
Jevicienta, que sufría de este modo día si y día market, intentaba contactar con su padre. Pero le habia cortado la línea la menestra de verdura Gonzalez-Sinde, por bajarse todos los éxitos de Led Zeppelin, hecho que sin lugar a dudas violaba los derechos de autor de Pau Donettes.
No me gustaría dejar pasar esta ocasión sin decir que el último mencionado es un mediocre de tomo y lomo, que siempre compone la misma canción una y otra vez, con los 4 putos acordes más tontos del Mundo, y que nunca ha tenido nada interesante que decir desde que a los 4 años le pidió ir al baño a su abuela.
Pero no todo va a ser fealdad y Jarabe de Falo. Entre tanta miseria, llegó una sonada noticia: El príncipe Pantone, heredero al trono de la calle Txabarri, había alcanzado la edad en que las erecciones ya no le dejaban pensar, y se había decidido buscarle una voluntaria que le rascara las negreces. Con este fin se organizó un baile para que asistieran todas muchachas folladeras del reino.
Esta noticia se acogió con gran revuelo en casa de Jevicienta. Tanto su madrastra como las dos hermanastras eran fieles seguidoras del MASAG (Metodo de Ascensión Social A traves de las Gónadas), y se apresuraron a prepararse para tan magno evento. Jevicienta, por supuesto, quedaba fuera de la ecuación. ¿Quién iba a reparar en una andrajosa llena de tachuelas, más jevi que una lluvia de hachas?
Tras embutirse de las mas sórdidas maneras, partieron al baile dejando sola a la pobre Jevicienta.
Pero, niños, aquí es donde llega el toque mágico fosfórico.
Mientras Jevicienta se distraía haciendo air-txistu, un humo denso salió de la chimenea, y se materializó en Axel Rose, con su genial combinación de chupa de cuero, bambas y mallas de ciclista, que sólo es posible en los cuentos de hadas y los videoclips de principios de los 90.
-¡¡¡Niña!!! -bramo en jarl sostenido- Soy tu paquetón de madre y señor mío, y no puedo permitir que tus chonis hermanas triunfen en una cuna del metal como Sestao. A calzarte las mallas, ¡¡¡pero a la de ya!!!
– ¿Y tu que pintas en este cuento? -espetó Jevicienta.
– ¡¡¡Pinto lo que me sale del ojal!!!
– Pero…
– ¡¡¡A callar o te meto con el paquete!!!
Y así, tras calzarse una mallas, y una camiseta de los Maiden, salió Jevicienta a la puerta casa donde Axel la esperaba en su sórdida carroza, a juego con él mismo.
– Pero Axel, me falta la chupa.
– No hay tiempo, ya la chuparás en el baile.
Y salieron veloces, esquivando tranvías, hasta «La Iberia Palace», donde se celebraba el movidón, no sin antes unos sabios consejos de su paquetón padrino.
– Recuerda Jevicienta que esta es una carroza del Lidl. En cuanto den las 12 saldrá corriendo de after, así que no te retrases.
– De acuerdo, ¿pero cómo entraré? No estoy invitada.
– Vete donde el simio de la entrada, te agachas como si se la fueras a comer y le muerdes un huevo, para cuando deje de botar tu ya te habras largado.
Aún escupiendo pelos de huevo, entró Jevicienta en el baile, donde entre centenares de apolíneas chonis se aburria el príncipe Pantone. Éste, aburrido como un hongo, escuchaba continuas soplapolleces de bocas que habrían estado mejor ocupadas, mientras soñaba con encontrar una fémina cuya conversación no mustiase al más salido.
No obstante, guardaba el porte, que una cosa es estar hastiado y otra ir por ahí hecho un Tony Genil.
Nuestra heroína campaba junto a la barra, acobardada por el vaquerío de la sala, pero el murciélago infectó su vaso y un nuevo ardor la poseyó, haciendo que se proyectara rauda hacia el príncipe, apartando a las vacaburras a base de codazos y pellizcos de escroto -algunas no eran lo que parecían-, hasta plantarse ante él. No sabía muy bien que decir, pero no hizo falta. Axel, como buen paquetón, sabía que era lo que debía de hacer para que la noche resultara ser un triunfo, de modo que hechizó al príncipe Pantone hasta dejarlo más encantado todavía de lo que venía de casa. De este modo, lo que el príncipe vio fue esto:
Como ya he dicho, sobran las palabras.
Encantados el uno con el otro conversaron sobre metal, etiquetas, lo buena que esta la costilla de cerdo con nata montada, y bailaron hasta casi la medianoche, cuando un punto verde ya se proyectaba sobre ellos.
En ese momento, Jevicienta , dándose cuenta de que su carroza iba a partir, le dijo al príncipe:
– Cielo, lo siento mucho, tengo que abrirme. Mi carroza se pira de after a medianoche.
– Pues vayamonos juntos de after, mejor así.
– Pense que tenías que quedarte en el baile, iba a dejarte un recado.
– Como si me dejas un zapatito de cristal, pirémonos ya, amor mío, porque antes de conocerte era emo radical. Vivía en la tristeza y he llenado todo este maldito sitio de napalm concentrado.
– Esto…, mejor me lo pones.
Y felices partieron de after, mientras el napalm que el gentil príncipe había colocado, hervía vivas a las lechonas en el lugar concentradas. Un final feliz, no se puede negar. Aquel lugar olía a victoria y a costilla asada.
Jevicienta sonrio feliz. Por fin sus hermanastras iban a tener la depilación definitiva.
Y privaron, bailaron, cantaron, fornicaron y todas esas cosas que la gente hace, felices más allá del amanecer, hasta que una mañana, pasado el efecto del alcohol, las drogas y las ganas de malherir ojal, súbitamente se dieron cuenta de que en realidad eran un par de orcos…
Aún asi siguieron juntos, porque, hijos míos, cuando hay metal y ganas de vicio, todo lo demás sobra. Y al que no le guste…, tengo una carta para él. Lleva una sorpresa.
Además yo el cuento lo aprendí así.
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